Ciudad Bolívar, 2-4 de marzo 2023
“Levántate y come que el camino ante ti es largo” (1 Re 19,7-8)
A los pueblos indígenas, a los hermanos y hermanas que comparten con nosotros la fe en Jesucristo, a nuestros pastores sacerdotes y obispos de Venezuela.
Nos hemos reunidos, llenos de esperanza, en Ciudad Bolívar a los márgenes del majestuoso río Orinoco, laicos, consagrados, sacerdotes, obispos que pertenecemos o acompañamos a las comunidades indígenas en su vivencia de la fe y en la defensa de su dignidad humana y cultural.
Es el Espíritu Santo quien nos ha convocado y permitido bajo su inspiración, encontrarnos para reconocernos como compañeros de camino, reconfortarnos unos a otros, escucharnos y discernir juntos que nos pide Dios ante los nuevos desafíos humanos, culturales y eclesiales que se presentan a la vida y a la pastoral de la iglesia entre los pueblos indígenas.
Reconocemos con gratitud la acción evangelizadora de los misioneros que nos ha precedido. Al Señor hemos agradecido el testimonio generoso de tantos hombres y mujeres que han entregado sus vidas para que el Evangelio y los dones de Jesucristo fueran conocidos entre nuestros pueblos originarios.
Nos encontramos para continuar la reflexión que por años hemos venido realizando en los Encuentros de indígenas y misioneros (ENIMIS). Hemos hecho un camino que, aunque con pausas y algunos retrocesos, ha venido consolidando procesos de pastoral indígena en nuestras diócesis y vicariatos.
Constatamos con gozo, que a pesar de todas las limitaciones que el entorno impone a la misión evangelizadora entre las comunidades indígenas, hay una gran vitalidad pastoral y significativos esfuerzos por seguir transitando caminos en los que se supere la mentalidad colonizadora, que considera al indígena solo como destinatario de la acción pastoral y asistencialista, sin reconocer suficientemente su condición de discípulo misionero, así como sus valores culturales, sus cosmovisiones y espiritualidades en los cuales también se manifiesta la presencia de Dios.
Creemos que como lo reclama la realidad pastoral y nos sugiere el Santo Padre en Querida Amazonia (85-90) los pueblos indígenas estamos llamados a constituirnos en sujetos corresponsables de la evangelización de nuestros hermanos asumiendo los diversos ministerios que la Iglesia confiere y los que surgen de la propia cultura que puedan ser asumidos al servicio del anuncio del Evangelio y el crecimiento de la comunidad cristiana.
Hemos también escuchado con dolor el grito de auxilio de nuestros pueblos indígenas que ven amenazada su dignidad humana por la usurpación y devastación de sus territorios originarios, el extractivismo minero, la deforestación y contaminación de los ríos, los abusos de autoridad, la trata de niñas y mujeres, la precariedad en la atención de la salud, el narcotráfico y la presencia de grupos irregulares, entre otras realidades.
Como el profeta Elías, abatido por la persecución que amenazaba su vida, nuestros pueblos originarios y los agentes de pastoral indígena queremos levantarnos (1 Re 19,7-8) y alimentados de la vida del Señor en la Palabra, en la Eucaristía y en la comunidad seguir recorriendo juntos el largo camino de la inculturación, la ministerialidad y la profecía que opta por la defensa de la vida y la diversidad cultural de nuestros pueblos originarios.
Nos anima la esperanza que nos comunican los jóvenes indígenas laicos y seminaristas, así como los sacerdotes y religiosas, hijos de nuestros pueblos que van dando rostro indígena a nuestro cristianismo.
Celebramos con gozo la presencia fraterna de nuestros obispos que hacen suyos nuestros anhelos, alegrías y sufrimientos. A ellos y a toda la Iglesia le pedimos que sigan confiando en los pueblos indígenas y acompañándonos a vivir nuestra vocación bautismal de discípulos misioneros en diálogo con nuestras espiritualidades, cosmovisiones y la herencia recibida de nuestros antepasados.
¡Dios nos conceda seguir construyendo juntos una pastoral al servicio de la vida plena de los pueblos indígenas!
Que María, nuestra madre de Coromoto, nos alcance la bendición de Jesús, el Hijo de Dios.