Vaticano.- La tarde de este martes, 14 de septiembre, el Santo Padre encontró a los Jóvenes de Eslovaquia, en el Estadio Lokomotiva de Košice, a ellos el Pontífice los animó a “rebelarse contra la cultura de lo provisorio, e ir más allá del instante y del instinto”.
“La cruz no se puede abrazar sola, el dolor no salva a nadie. Es el amor el que transforma el dolor. Por eso, la cruz se abraza con Jesús, ¡nunca solos! Si se abraza a Jesús renace la alegría. Y la alegría de Jesús, en el dolor, se transforma en paz”, lo dijo el Papa Francisco a los jóvenes de Eslovaquia, a quienes encontró la tarde de este martes, 14 de septiembre, en el Estadio Lokomotiva de Košice, en el marco del 34 Viaje Apostólico a Hungría y Eslovaquia.
El amor y el heroísmo siempre van juntos
Después de escuchar los testimonios de los jóvenes eslovacos, el Pontífice agradeció a Monseñor Bernard Bober, Arzobispo de Košice de los latinos, por las palabras que le dirigió, y pasó a responder a las preguntas que le dirigieron los jóvenes. El Papa comenzó respondiendo a la pregunta de Peter y Zuzka, que le habían preguntado acerca del amor en la pareja. “El amor es el sueño más grande de la vida, pero no es un sueño de bajo costo. Es el sueño, pero no es un sueño fácil de interpretar”. La verdadera originalidad hoy, la verdadera revolución es rebelarse contra la cultura de lo provisorio, es ir más allá del instinto y del instante, es amar para toda la vida y con todo nuestro ser. Las grandes historias siempre hay dos ingredientes: uno es el amor, el otro es la aventura, el heroísmo. Siempre van juntos. Para hacer grande la vida se necesitan ambos: amor y heroísmo. Miremos a Jesús, miremos al Crucificado, están los dos: un amor sin límites y la valentía de dar la vida hasta el extremo, sin medias tintas. Aquí delante de nosotros está la beata Ana, una heroína del amor. Nos dice que apuntemos a metas altas. Por favor, no dejemos pasar los días de la vida como los episodios de una telenovela.
Sueñen con una belleza que vaya más allá de la apariencia
Por eso, cuando sueñen con el amor, no crean en los efectos especiales, sino en que cada uno de ustedes es especial. Cada uno es un don y puede hacer de la vida un don. Los otros, la sociedad, los pobres los esperan. Sueñen con una belleza que vaya más allá de la apariencia, más allá de las tendencias de la moda. Sueñen sin miedo de formar una familia, de procrear y educar unos hijos, de pasar una vida compartiendo todo con otra persona, sin avergonzarse de las propias fragilidades, porque está él, o ella, que los acoge y los ama, que te ama, así como eres. Los sueños que tenemos nos hablan de la vida que anhelamos. Los grandes sueños no son el coche potente, la ropa de moda o el viaje transgresor. No escuchen a quien les habla de sueños y en cambio les vende ilusiones, son manipuladores de felicidad.
Para que el amor dé frutos, no se olviden las raíces
El Papa Francisco dio otro consejo a los jóvenes: Los padres y sobre todo los abuelos, ellos les han preparado el terreno. Rieguen las raíces, vayan a ver a sus abuelos, les hará bien; háganles preguntas, dediquen tiempo a escuchar sus historias. Hoy se corre el peligro de crecer desarraigados, porque tendemos a correr, a hacerlo todo de prisa. Lo que vemos en internet nos puede llegar rápidamente a casa, basta un clic y personas y cosas aparecen en la pantalla. Llenos de mensajes virtuales, corremos el riesgo de perder las raíces reales. Desconectarnos de la vida, fantasear en el vacío no hace bien, es una tentación del maligno. Dios nos quiere bien plantados en la tierra, conectados a la vida, nunca cerrados sino siempre abiertos a todos.
No se dejen homologar
Queridos jóvenes, no se dejen condicionar por esto, por lo que no funciona, por el mal que hace estragos. No se dejen aprisionar por la tristeza o el desánimo resignado de quien dice que nunca cambiará nada. Si se cree en esto uno se enferma de pesimismo. Se envejece por dentro. Y se envejece siendo jóvenes. Hoy existen muchas fuerzas disgregadoras, muchos que culpan a todos y todo, amplificadores de negatividad, profesionales de las quejas. No los escuchen, porque la queja y el pesimismo no son cristianos, el Señor detesta la tristeza y el victimismo. No estamos hechos para ir mirando el piso, sino para elevar los ojos y contemplar el cielo.
Atesoren esa paz en el corazón, esa libertad que sienten dentro
Respondiendo a la pregunta de Petra, sobre la confesión, sobre ¿cómo puede un joven superar los obstáculos del camino hacia la misericordia de Dios?, el Papa dijo que, también aquí es una cuestión de mirada, de mirar lo que importa. Si yo les pregunto: “¿En qué piensan cuando van a confesarse?”, estoy casi seguro de la respuesta: “En los pecados”. Pero —les pregunto—, ¿los pecados son verdaderamente el centro de la confesión? Les doy un pequeño consejo: después de cada confesión, quédense un momento recordando el perdón que han recibido. Atesoren esa paz en el corazón, esa libertad que sienten dentro. No los pecados, que no están más, sino el perdón que Dios les ha regalado. Eso atesórenlo, no dejen que se lo roben. Y cuando vuelvan a confesarse, recuerden: voy a recibir una vez más ese abrazo que me hizo tanto bien. No voy a un juez a ajustar cuentas, voy a encontrarme con Jesús que me ama y me cura. Demos a Dios el primer lugar en la confesión.
La cruz no se puede abrazar sola, el dolor no salva a nadie
Finalmente, respondiendo a la pregunta de Peter y Lenka, el Papa Francisco dijo que, ellos en la vida han experimentado la cruz y han preguntado cómo «animar a los jóvenes para que no tengan miedo de abrazar la cruz. Abrazar: es un hermoso verbo. Abrazar ayuda a vencer el miedo. Cuando somos abrazados recuperamos la confianza en nosotros mismos y en la vida. Entonces dejémonos abrazar por Jesús. Porque cuando abrazamos a Jesús volvemos a abrazar la esperanza. La cruz no se puede abrazar sola, el dolor no salva a nadie. Es el amor el que transforma el dolor. Por eso, la cruz se abraza con Jesús, ¡nunca solos! Si se abraza a Jesús renace la alegría. Y la alegría de Jesús, en el dolor, se transforma en paz. Les deseo esta alegría, más fuerte que cualquier otra cosa. Quisiera que la lleven a sus amigos. No sermones, sino alegría. No palabras, sino sonrisas, cercanía fraterna.