Los sistemas de salud en América Latina, cuántas veces marginados por la austeridad e indiferencia del Estado, son en la actualidad causa de gran alarma por la pandemia del coronavirus, dejando al descubierto la necesidad de crear políticas de salud más dignas y justas, pensando siempre en los más pobres y descartados de la sociedad.
A medida que las cifras de infectados aumentan, América Latina se aproxima al colapso sanitario. La precaridad de sus sistemas de salud es el común denominador en la región, y la vida de cientos de miles de personas se encuentra amparada hoy a la noble dedicación de un grupo minoritario de enfermeros y médicos que cumplen horas extras de servicio por amor a su vocación.
Según la OMS, Chile, Argentina y Brasil invierten por debajo del 5% del PIB en salud pública, en comparación con el 8% de España y el casi 10% de Francia y Alemania. En tanto, Venezuela, Haití, Bolivia y Guatemala se ubican por debajo del 2% del gasto público, mientras que Honduras y República Dominicana no superan el 3%.
Distribución equitativa de los recursos para una salud universal
Pero la solución no consiste únicamente en elevar la inversión, también hay que considerar la falta de una distribución de recursos equitativa y descentralizada en la región, puntualmente en las zonas menos rurales. Como ejemplo tenemos el caso de Chile, segundo país de Latinoamérica, después de Cuba, con el mayor gasto pér cápita, pero en el puesto 15 en materia de cobertura universal.
A ello se suman los elevados costos de seguros privados, la primera alternativa de muchos ciudadanos para contrarrestar la baja de calidad que ofrece la sanidad pública. En consecuencia, se entiende por qué la Organización Panamericana de la Salud alerta que un 30% de la población de América Latina no cuenta con acceso a los servicios básicos de salud por razones económicas.
Vivir en uno de los continentes con más desigualdad ya nos está pasando factura: los despidos arbitrarios, la interrupción de los comercios y la concentración de la riqueza en los segmentos más pudientes ocasionarán una grave crisis que, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, alterará el actual modelo de globalización. Al término de este año, se estima que habremos alcanzado la mayor contracción de la actividad económica en la historia de la región (-5,3%). Entonces, los pobres serán más pobres que antes (hasta 220 millones), sin empleos, endeudados, y probablemente enfermos.
Pocas camas y ventiladores artificiales
En América Latina hay un promedio global de 27 camas por cada 10 mil habitantes, cifra superada solo por Cuba y Argentina (alrededor de 50 camas). La situación es más compleja en países como Bolivia (11), Nicaragua (9), Haití (7), Honduras (7), y Guatemala (6).
Por otro lado, hay una tarea titánica por fabricar más ventiladores artificiales, pues cada uno representa la última esperanza de vida para los pacientes más graves. Sin embargo, ni en los sistemas de salud de los países más ricos hay tantos respiradores como para atender a las miles de personas hospitalizadas, una realidad que ha forzado a que muchos médicos deban tomar la difícil decisión de elegir sobre la vida de algunos.
En América Latina las cosas no son muy alentadoras: según cifras de la Asociación Latinoamericana del Tórax, Brasil es el país más equipado de la región con 66.000 ventiladores para una población de 210 millones de habitantes. Le siguen Argentina (8500), Colombia (5300), México (5000), y Chile (1600).
Desde hace semanas, la mayoría de países viene solicitando más respiradores artificiales, pero con todo el mundo haciendo lo mismo, urge pensar en otras vías un tanto innovadoras. Esto viene ocurriendo en Perú, que de tener 276 respiradores mecánicos a inicio de su cuarentena obligatoria, y adquirir 500 más que llegarán en mayo, anunció la construcción de sus propios ventiladores mecánicos con ayuda de la Marina de Guerra y la gestión de las universidades públicas y privadas del país. Con ello, se espera obtener 100 equipos ‘caseros’ en un lapso de 40 días.
El desafío: políticas de salud que beneficien a las mayorías
Es cierto, las capacidades insuficientes del sistema de salud nos acercan al evento traumático de la pérdida y el duelo colectivo, del dolor y la desolación, y para salir del agujero vamos a necesitar de la creatividad de todos, teniendo como prioridad el replanteamiento serio de las políticas públicas en salud, investigación científica e innovación tecnológica. Tenemos que aprender la lección.
La mejor inversión en salud siempre será la preventiva, empezando desde casa con el mínimo gesto de lavarnos las manos, algo sencillo y elemental pero que tristemente no se encuentra al alcance de todos en América Latina. Tal vez, si recomenzamos el futuro pensando en quienes menos tienen, podríamos cambiar el mundo, verdaderamente.
Prensa CEV
Nota de prensa de Vatican News
22 de abril de 2020