Vía Crucis en el Vaticano: meditaciones escritas desde la cárcel
Vaticano.- Cinco prisioneros, una familia víctima de asesinato, la hija de un condenado a cadena perpetua, un educador, un juez de libertad condicional, la madre de un prisionero, un catequista, un sacerdote acusado injustamente, un fraile voluntario y un policía, todos ellos relacionados con la Capellanía del centro de detención «Due Palazzi» en Padua, Italia: estos son los autores de las meditaciones que se leerán durante el Vía Crucis presidido este año por el Papa Francisco en el atrio de la Basílica de San Pedro. «Acompañar a Cristo en el camino de la cruz, con la voz áspera de las personas que habitan el mundo de las prisiones, es una oportunidad para presenciar el prodigioso duelo entre la vida y la muerte, descubriendo cómo los hilos del bien se entrelazan inevitablemente con los del mal». Con estas profundas palabras comienza la introducción de las meditaciones del Vía Crucis de este año en el Vaticano, publicadas en la nueva página web de la Librería Editora Vaticana. Los textos, recogidos por el capellán del Instituto Penitenciario «Due Palazzi» de Padua, Don Marco Pozza, y por la voluntaria Tatiana Mario, han sido escritos en primera persona, pero están destinados a dar voz a todos aquellos que, en el mundo, comparten la misma condición. En la cárcel, Jesús me buscó «¡Crucifíquenlo, crucifíquenlo!» La persona que comenta la primera estación («Jesús es condenado a muerte») es un condenado a cadena perpetua. Crucifíquenlo «es un grito que también oí sobre mí», escribe. Su crucifixión comenzó cuando era un niño, un niño marginado… ahora dice parecerse más a Barrabás que a Cristo. Su pasado es algo por lo que siente un gran disgusto. Después de veintinueve años en prisión -dice- todavía no he perdido la capacidad de llorar, de avergonzarme del mal hecho (…) pero siempre he buscado algo que estuviera vivo. Hoy siento en mi corazón que Aquel hombre inocente, condenado como yo, vino a buscarme a la cárcel para educarme a la vida. El amor es más fuerte que el mal En la segunda estación («Jesús carga con la cruz») la meditación está escrita por dos padres cuya hija fue asesinada. «La nuestra fue una vida de sacrificio, fundada en el trabajo y la familia. A menudo nos preguntamos: ¿por qué este mal que nos ha abrumado? No encontramos la paz». Sobrevivir a la muerte de un hijo es desgarrador, pero «en el momento en que la desesperación parece tomar el control, el Señor, de diferentes maneras, viene a nuestro encuentro, dándonos la gracia de amarnos como recién casados, apoyándonos el uno al otro, aunque sea con dificultad». Ambos continúan haciendo el bien a los demás, y encuentran en esto una forma de salvación, no quieren rendirse al mal. Experimentan que «el amor de Dios es capaz de regenerar la vida». En el mundo también hay bondad En la tercera estación («Jesús cae por primera vez») una persona en prisión cuenta que su caída, la primera, fue su fin. Después de una vida difícil en la que no se dio cuenta de que el mal crecía en su interior, le quitó la vida a una persona. «Una noche, en un instante, como si se tratara de una avalancha -escribe- me desató el recuerdo de todas las injusticias sufridas en la vida. La ira asesinó a la bondad, cometí un mal inconmensurable más grande que todos los que había recibido». En la cárcel estuvo a punto de suicidarse, pero luego volvió a encontrar la luz, a través del encuentro con personas que le devolvieron «la confianza perdida», mostrándole que la bondad también existe en el mundo. La mirada de amor entre madre e hijo «Ni por un momento sentí la tentación de abandonar a mi hijo ante su sentencia», dice la madre de un recluso. Sus palabras comentan la Cuarta Estación («Jesús se encuentra con su Madre»). Desde el arresto de su hijo, «las heridas crecen con el paso de los días, incluso nos quitan el aliento». Siento la cercanía de Nuestra Señora… Le he confiado mi hijo: «Sólo a María puedo confiarle mis temores, ya que ella misma los sintió cuando subió al Calvario». Y continúa: «Imagino que Jesús, al levantar su mirada, cruzó sus ojos llenos de amor y nunca se sintió solo. Eso es lo que yo también quiero hacer». El sueño de ser un Cirineo para los demás Una vez más, un prisionero comenta la estación V («Jesús es ayudado por el Cirineo»). La cruz que hay que llevar es pesada, dice, pero «dentro de las prisiones todo el mundo conoce a Simón de Cirene: es el segundo nombre de los voluntarios, que ayudan a Aquel que debe llevar la cruz hasta el calvario». Otro Simón de Cirene es también mi compañero de celda -escribe- capaz de practicar una generosidad inesperada. Y concluye: «Envejezco en la cárcel: sueño con volver algún día a confiar en el hombre. Convertirme en un Cirineo de alegría para alguien». Una mirada que te permite empezar de nuevo «Como catequista, seco muchas lágrimas, dejándolas fluir: no se puede detener las penas de un corazón roto». Estas son las palabras de una catequista que reflexiona sobre la Sexta Estación («Verónica seca el rostro de Jesús»). ¿Cómo podemos aplacar la angustia de los hombres que no pueden encontrar una salida a lo que se han convertido cediendo al mal? La única manera es permanecer allí, a su lado, sin sentir miedo, «respetando sus silencios, escuchando su dolor, tratando de mirar más allá de los prejuicios». Como Jesús hace con nuestras debilidades. Y escribe: «A todos, incluso a los reclusos, se les ofrece cada día la posibilidad de convertirse en nuevas personas gracias a esa mirada que no juzga, sino que infunde vida y esperanza». La voluntad de reconstruir la propia vida En la séptima estación («Jesús cae por segunda vez»), un prisionero, culpable de tráfico de drogas, que ha arrastrado a toda su familia a la cárcel, siente una infinita vergüenza de sí mismo. Escribe en su reflexión: «Sólo hoy
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