Papa agradece a quienes han ayudado a pacientes con VIH y SIDA

16
Nov
2021

Vaticano.- Carta al periodista Michael O’Loughlin, autor de un ensayo y un podcast sobre la labor de algunos representantes de la Iglesia durante el apogeo de la epidemia en Nueva York en los años 80 y 90. Francisco elogia la «misericordia» de estas personas, aun a riesgo de su profesión y reputación

El Papa dirige un profundo agradecimiento a los numerosos sacerdotes, monjas y laicos que ayudaron a los enfermos de sida y VIH, incluso a costa de sus vidas, en los años 80 y 90, cuando la epidemia de este virus aún desconocido tenía una tasa de mortalidad de casi el 100%. El Papa expresó su gratitud en una carta al periodista Michael O’Loughlin, corresponsal de la revista estadounidense America, autor de un ensayo recientemente publicado titulado «Hidden Mercy: AIDS, Catholics and the Untold Stories of Compassion in the Face of Fear» (Misericordia oculta: el sida, los católicos y las historias no contadas de compasión frente al miedo).  

La gratitud de Francisco

En la breve misiva, Francisco escribe: «Gracias por iluminar la vida y el testimonio de los numerosos sacerdotes, religiosos y laicos que han elegido acompañar, apoyar y ayudar a sus hermanos y hermanas que sufren el VIH y el SIDA con gran riesgo para su profesión y reputación.» «En lugar de la indiferencia, la alienación e incluso la condena -continúa el Pontífice-, estas personas se han dejado conmover por la misericordia del Padre y han permitido que ésta se convierta en la obra de su propia vida; una misericordia discreta, silenciosa y oculta, pero capaz de sostener y devolver la vida y la historia a cada uno de nosotros».

Juicios y prejuicios

La atención y la asistencia -incluida la espiritual- a los enfermos de sida forma parte hoy de la misión de la Iglesia, pero no siempre fue así en el pasado. A principios de los años ochenta, cuando los científicos descubrieron en algunos pacientes de Estados Unidos la aparición de esta nueva y letal enfermedad, asintomática en sus primeras fases y altamente contagiosa, se extendió rápidamente el terror social y, en consecuencia, la discriminación y el estigma hacia los afectados, aunque sólo fuera potencialmente.

En Nueva York, donde el sida era una de las principales fuentes de infección, las personas con la enfermedad eran a veces incluso rechazadas por los hospitales. Este rechazo afectó especialmente a los homosexuales, que eran los que tenían el mayor número de casos en ese momento. Tanto es así que la propia enfermedad se denominó inicialmente Síndrome de Inmunodeficiencia Relacionada con los homosexuales (Gay Related Immunodeficiency Syndrome). Por ello, durante mucho tiempo el sida fue etiquetado como la «plaga gay», y los homosexuales fueron despedidos de sus trabajos o expulsados de sus parroquias, ya que muchos miembros de la jerarquía eclesiástica calificaron el virus como «el castigo de Dios por el comportamiento sexual inmoral». Esta postura se mantuvo durante años, incluso cuando posteriormente aparecieron casos de pacientes no homosexuales, drogadictos y hemofílicos, desmintiendo así la asociación entre la homosexualidad y la enfermedad. En 1982, el acrónimo se cambió a Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA).   

La obra de la Madre Teresa

En medio de este clima de rechazo y miedo, la Madre Teresa intervino. En la Navidad de 1985, la religiosa albanesa, fundadora de las Misioneras de la Caridad, con el mismo espíritu con el que años antes había recogido a los leprosos, los «intocables» de la India, de las calles de Calcuta, se dirigió al entonces arzobispo de Nueva York, el cardenal Terence Cooke, para crear el Gift of Love, una estructura destinada a acoger y cuidar a los enfermos de sida. Años después, la propia santa misionera recordaba los primeros tiempos de aquel servicio: «Empezamos con quince camas para otros tantos enfermos, y los primeros internados fueron cuatro jóvenes a los que conseguí sacar de la cárcel porque no querían morir allí. Había preparado una pequeña capilla para ellos, para que estos jóvenes, que tal vez nunca habían estado cerca de Jesús o se habían alejado de Él, pudieran, si lo deseaban, acercarse de nuevo a Él. «Poco a poco, gracias a Dios, sus corazones se fueron ablandando», contó la hermana, relatando el encuentro con uno de los jóvenes que, en el último tramo de su enfermedad, tuvo que ser trasladado al hospital, pero le pidió que se quedara en la casa para permanecer cerca de ella y de Jesús, porque sus dolores de cabeza, espalda y extremidades le recordaban los azotes de Cristo crucificado. 

Religiosas, religiosos, sacerdotes, laicos comprometidos con la caridad

El de la Madre Teresa sigue siendo quizás el caso más famoso, pero ha habido muchos -e incluso antes que ella- religiosas, sacerdotes, religiosos y laicos que se han dedicado a asistir y cuidar a los enfermos, sobre todo en Estados Unidos y especialmente en los años 1982-1996, cuando la epidemia alcanzó su punto máximo. Junto a esta labor de caridad, también tuvieron que librar una batalla contra los juicios y los prejuicios.

Sus historias, en particular la de la hermana enfermera Carol Baltosiewich, una de las primeras en trabajar en este campo y en luchar contra quienes criticaban su labor, son recordadas en el libro de O’Loughlin, a partir de sus propias voces recogidas en algunas entrevistas. El periodista, que también es autor del podcast Plague, también sobre el mismo tema, decidió escribir al Papa para presentarle su trabajo, obteniendo la citada respuesta de la que se hicieron eco algunos periódicos estadounidenses. En ella, el Papa Francisco cita también el Evangelio de Mateo y dice: «Me ha impresionado espontáneamente lo que un día nos juzgarán: ‘Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber; fui forastero y me acogisteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, encarcelado y vinisteis a visitarme'».

La cercanía del Papa

Cabe recordar que el propio Papa, cuando era arzobispo de Buenos Aires, lavó los pies a 12 enfermos de VIH/SIDA durante una celebración de Jueves Santo en 2008. Y, más recientemente, durante su viaje a Panamá en enero de 2019, con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud, el Pontífice visitó la Casa Hogar Buen Samaritano, que acoge a muchas personas seropositivas. «El buen samaritano -dijo Francisco en aquella ocasión-, como todas sus casas, nos muestra que el prójimo es ante todo una persona, alguien con un rostro concreto y real, y no algo que hay que pasar por alto e ignorar, sea cual sea su situación. 

Prensa CEV
Nota de prensa de Vatican News
16 de noviembre de 2021