Vaticano. En el Aula Pablo VI, varios discursos introductorios precedieron el encuentro con el Papa. El cardenal Grech invitó a mirar con esperanza hacia “lo que será”. El cardenal Ryś habló de superar las tensiones reveladas por la sinodalidad. De Salis Amaral recordó que nadie es “autosuficiente” en la Iglesia. Venâncio pidió denunciar las causas que perpetúan “el abismo” entre los grupos sociales.
Una mirada llena de esperanza, orientada hacia “lo que será”, en el camino de la sinodalidad. Más allá de sus tensiones, entre el “yo” y el “nosotros”, entre “unidad y uniformidad”, entre “preservación y misión”.
Se trata de avanzar hacia una auténtica conversión de las relaciones, que se convierta en una “profecía social” al denunciar “el abismo entre los grupos sociales”, encendiendo de nuevo la llamada de Jesús: “Que todos sean uno”.
Estos fueron algunos de los temas desarrollados en las intervenciones introductorias del Jubileo de los equipos sinodales y de los organismos de participación, celebradas el 24 de octubre en el Aula Pablo VI.
Entre los ponentes estuvieron el cardenal Mario Grech, secretario general de la Secretaría del Sínodo; el cardenal Grzegorz Ryś, arzobispo de Łódź (Polonia); Miguel De Salis Amaral, profesor de Eclesiología en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz; y Mariana Aparecida Venâncio, miembro de la Comisión Nacional de Animación para la fase de implementación del Sínodo en Brasil.
El encuentro fue moderado por el obispo agustino Luis Marín de San Martín, subsecretario de la Secretaría General del Sínodo.
Grech: esperar, arraigados en Jesús
En su saludo, el cardenal Grech evocó El portal del misterio de la esperanza de Charles Péguy, recordando cómo el autor describe las tres virtudes teologales: “La fe ve lo que es, la esperanza ve lo que será y la caridad ve lo que es”.
Esta visión, explicó, ofrece una brújula espiritual para “reimaginar” cómo la Iglesia escucha, discierne y camina unida.
El amor, según Grech, no es solo una emoción, sino la actitud con la que “habitamos” la Iglesia. No espera la perfección, sino que elige acoger la realidad “tal como es”. Es la decisión de permanecer presentes, signo de una madurez espiritual que entiende que la unidad no significa uniformidad.
El amor va unido a la fe, que es la lente a través de la cual la Iglesia “ve algo más que lo humano, algo divino”. No se trata de “optimismo ciego”, sino de una mirada realista que, en el camino sinodal, nace de escuchar el clamor de quienes viven en los márgenes.
En tercer lugar, Grech habló de la esperanza. Para Péguy, ella es una certeza compartida sobre el futuro, arraigada “en la persona de Jesucristo y en la confianza en las promesas de Dios”.
La esperanza, dijo el cardenal, implica “dejar ir”, trabajar “sin poseer lo que construimos”. Se mira con confianza hacia lo que vendrá, “no porque ya se vean los resultados, sino porque hemos encontrado a Aquel que tiene el futuro en sus manos”.
Es una clave para entender el proceso sinodal: “Mucho se ha hecho, pero el trabajo continúa con humildad. Hemos hecho nuestra parte; el resto está en manos de Dios”.
Como recordaba Péguy, “la esperanza ama aquello que aún está por venir”.
Ryś: hacerse “una Iglesia pobre para los pobres”
El cardenal Grzegorz Ryś centró su reflexión en las tensiones que la sinodalidad revela, identificando tres principales.
La primera es la tensión entre el “yo” y el “nosotros”. La sinodalidad llama a una “conversión relacional”, pero el mundo actual teme las relaciones auténticas y duraderas. El único vínculo que parece entenderse es el competitivo: “¡Tengo lo que tú no puedes tener!”.
La segunda tensión es entre unidad y uniformidad. Por un lado, la Iglesia es comunión; por otro, la tentación de la homogeneización se convierte en semilla de división, incapaz de acoger la diversidad.
San Agustín y san Francisco de Sales —recordó Ryś— comparaban la Iglesia con un jardín lleno de flores diversas. No son las diferencias las que dividen, sino el orgullo y el abuso de poder.
Por eso, la sinodalidad es una “medicina” que prescribe escucha y intercambio de dones espirituales.
La tercera tensión es entre preservación y misión. La sinodalidad revela el rostro de una “Iglesia en salida”, abierta a “todos, todos, todos”, como repite el Papa Francisco.
Para abrazar a toda la familia humana, la comunidad eclesial está llamada a una nueva identidad: despojarse de estructuras sofisticadas y hacerse verdaderamente “una Iglesia pobre para los pobres”.
De Salis Amaral: el sacerdocio ministerial y el común son interdependientes
El profesor Miguel De Salis Amaral profundizó en el concepto de “conversión de las relaciones”, mencionado por Ryś.
Explicó que no se trata de un “simple llamado a querernos más”, lo cual reduciría el mensaje a un moralismo superficial, sino de redescubrir el sentido profundo de la sinodalidad.
De Salis Amaral propuso algunos pasos concretos, fundamentados en las relaciones que nacen de los sacramentos, del vínculo “que Dios mismo ha establecido entre Él y nosotros”.
En primer lugar, el Bautismo, que crea una relación filial y fraterna que “nos capacita y nos hace responsables”, convirtiéndose en la más esencial de la vida eclesial.
Luego, el Orden sacerdotal, un servicio “específico” orientado a “hacer crecer a los demás como discípulos misioneros”.
“La salvación —afirmó— no nace del conocimiento personal, como sostiene la gnosis antigua y moderna, sino que viene desde fuera: es un don que nos alcanza a través de la Palabra escuchada en la fe: fides ex auditu”.
El sacerdocio ministerial y el sacerdocio común de los fieles se orientan recíprocamente, de modo que nadie sea “autosuficiente” dentro de la comunidad eclesial.
Según el teólogo portugués, este concepto debe redescubrirse y profundizarse, porque la Iglesia no puede reducirse a una mera “organización”, sino que debe reflejar la vitalidad de esos vínculos.
Ambos sacerdocios se sostienen en una interdependencia viva y operante, que participa de la unicidad de Cristo.
Venâncio: la sinodalidad, antídoto a la “llaga de las polarizaciones”
“Una Iglesia sinodal es como un estandarte levantado entre las naciones”.
A partir de esta frase del Papa Francisco, la doctora Mariana Aparecida Venâncio desarrolló su intervención, retomando el documento final de la última Asamblea del Sínodo, donde la sinodalidad se define como “profecía social”.
No es solo una estructura organizativa de la Iglesia, sino también su modo de ser y de actuar.
Pasar del “yo” al “nosotros eclesial” significa proponer un modelo de comunidad inspirado en los primeros apóstoles, en un clima de reciprocidad y gratuidad que ya se vuelve profecía en una sociedad individualista y de “relaciones líquidas”.
Venâncio mencionó el caso de Brasil, donde muchas personas —en la primera fase del Sínodo— dijeron haberse sentido “escuchadas por la Iglesia por primera vez”.
Esa experiencia, añadió, también sirve para contrarrestar “la dictadura de la economía que mata”, denunciada por el papa Francisco y también por el papa León XIV en su exhortación apostólica Dilexi te.
El diálogo sinodal se presenta así como antídoto contra “la llaga de las polarizaciones” que atraviesan la Iglesia y la sociedad.
“Es posible escuchar y entablar diálogos fecundos que no uniforman, sino que unen pensamientos y posturas distintas, bajo el principio fundamental de que la unidad prevalece sobre el conflicto”.
Todo esto debe conducir, además, a denunciar “las causas estructurales que perpetúan el abismo entre los grupos sociales, la codicia infiltrada en los poderes públicos y la pasividad ante las desigualdades, los prejuicios y las exclusiones”.
En conclusión, la Iglesia está llamada a recibir nuevo impulso desde el centro del anuncio, el kerygma, haciendo de la sinodalidad un modelo del propio ser de la Iglesia: una respuesta viva al llamado de Jesús a ser “uno solo”.
24 de octubre de 2025
Fuente: Vatican News
CEV Medios
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